Si os dais un paseo por la capital de las Islas Baleares os encontrareis con un precioso parque llamado Kreković y un museo con el mismo nombre, pues no solo Kristian se enamoró de Mallorca, sino que Mallorca, y España, también cayeron rendidas ante el pintor croata.
La guerra llevó al exilio a Kristian Kreković, quien en 1945 tuvo que abandonar Croacia, su amada tierra, a la que ya no volvería. Sin embargo, esto le llevó a dos lugares en los que triunfó y fue muy querido: España y Perú.
El primer país en acogerle fue Perú, allí hizo un extenso e impresionante trabajo sobre el pasado y el presente de los Incas. Fue tal el éxito de sus obras que el presidente le concedió la nacionalidad peruana y se le nombró ciudadano de honor de Cusco.
A Mallorca llegó en 1960 y estaría en la ciudad balear hasta su muerte en 1985. Su excelente trabajo y su pasión por la cultura española hicieron que, de nuevo, obtuviese numerosos reconocimientos. Tal es así que en 1981 la reina Sofía inauguró oficialmente el Museo Krekovic y dos años después de su muerte el Gobierno Balear aceptó la donación de toda su obra pictórica.
Retrató a casi todos los miembros de las familias reales yugoslavas, a la Reina Madre británica, al rey sueco Gustav, al rey español Juan Carlos I, a Mahatma Gandhi y le regaló su pintura «La Virgen de la Paz» al papa Pablo VI. Sus trabajos fueron vistos también en Nueva York, Washington, Boston, Lima y Barcelona y fue receptor de un gran número de premios y reconocimientos.
Es considerado uno de los mejores retratistas del siglo XX. En boca del crítico francés de arte y poeta Camille Mauclaire: «La fuerza de sus maestras composiciones con un profundo contenido filosófico y social lo hacen uno de los mayores pintores de la actualidad. Él está ante nosotros, solitario e incomprensible».