Pinceladas de Croacia en “El Pintor de Batallas”

En nuestra sección #conexionesEspañaCroacia hemos hablado de escritores croatas que se interesaban por España, como August Cesarec o Ivo Andric, pero nos faltaba el caso contrario, de un escritor español que dedicase su atención a una temática croata. Pues bien, existe un brillante ejemplo en el caso de Arturo Pérez-Reverte (#ArturoPérez-Reverte), antiguo periodista, corresponsal de guerra, novelista, articulista y miembro de la Real Academia de la Lengua Española, uno de los escritores españoles contemporáneos más conocidos y celebrados, autor de la serie Alatriste y de varias novelas llevadas a la gran pantalla, como el Club de Dumas, el Maestro de Esgrima, o el propio personaje de Alatriste. Las guerras de los Balcanes de 1991-95 fueron el último conflicto bélico que cubrió Pérez-Reverte como corresponsal de guerra, dejando en él una profunda huella, de la que salieron los libros «Territorio Comanche» y «El pintor de batallas». Hoy vamos a hablar de esta última obra, en la que uno de los dos personajes principales es un croata, y parte de los episodios que rememoran los protagonistas tienen lugar en Croacia durante la guerra de 1991-95.

El protagonista principal, Faulques, un exitoso fotorreportero que ha recorrido todas las zonas de conflicto de su día, se retira traumatizado, tras la muerte violenta de su compañera de aventuras, a una torre a orillas del Mediterráneo, dentro de la cual comienza a pintar un gran mural en el que vierte sus experiencias acumuladas sobre el horror de la guerra y la transmutación que genera en el ser humano. Pero el fotógrafo se verá obligado a confrontarse con su pasado cuando es encontrado por el protagonista de una de sus imágenes más aclamadas, un antiguo soldado croata que fue fotografiado exhausto en su repliegue hacia Vukovar, y cuya foto –que le valió premios a su autor-, le causó muchas penurias al retratado. Durante los días siguientes, el fotógrafo y el antiguo soldado croata conversan sobre sus respectivas experiencias, uno como testigo impasible del horror, que acude raudo a las zonas de conflicto, y sale de ellas incólume; y el otro, como víctima involuntaria de un conflicto en el que hubiera preferido no estar.

Durante el relato, se recogen varios episodios de la guerra de 1991-95, como distintos momentos del asedio y caída de Vukovar, el lanzamiento de una ofensiva por jóvenes soldados a través del río Sava, o el recorrido por la costa Dálmata: “Conocía bien los quinientos cincuenta y siete kilómetros de sinuosa carretera entre Rijeka y Dubrovnik, el litoral de caletas escarpadas e innumerables islas, verdes cipreses y blancas de piedra dálmata, salpicando un Adriático de aguas cerradas, quietas y azules, cada una con su pueblecito, su muralla veneciana o turca, su aguzado campanario de iglesia”. Esa imagen bucólica se contrapone luego a la de ciudades destruidas, casas en llamas, y vidas destrozadas.

El pintor de batallas reúne en un solo mural no solo las guerras contemporáneas que presenció el protagonista (y el propio Pérez-Reverte), sino que bebe de la larga tradición de pintores que representaron batallas, desde Paolo Ucello hasta Goya, lo que ofrece un continuum histórico a su visión: los horrores de los que ha sido testigo han estado siempre presentes en la historia de la humanidad, y, en el caos y la destrucción, parece haber una lógica geométrica e implacable. En cierto modo, el croata Markovic y sus padecimientos en la Guerra de 1991-95, se convierten en el arquetipo de la historia eterna del sufrimiento humano en un conflicto bélico, y en el ansia de encontrar una respuesta a la pregunta de por qué.

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